Sobre salud mental y estigma (III): los normales

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Imagen: Ocean Dome – Martin Parr

Si en un sitio hay 100 personas y 90 son imbéciles,
¿quiere decir que lo normal es ser imbécil? (…) Jaume

Lo normal no existe. Lo normal si existe. Por supuesto que lo normal existe. Es un significante, una presencia en un momento espacio temporal de una cultura determinada. Existe a cada momento, en cada instante presente de nuestra concepción del mundo. Lo normal es una referencia que nos guía y nos prepara para lo desconocido.

Por eso es rotundamente falso. Lo normal es completamente no-verdad, si estamos entendiendo por «verdad» esa «verdad» taxativa que utiliza el discurso autoritario que se establece desde el poder.

Así que lo normal sí existe, pero no como individuo, sino como conjunto de características definidas según la norma. Y esa norma es tan relativa, que encauzar políticas de exclusión, control y desapropiación del individuo vulnerado según la norma es, además de una falacia, un agente estigmatizante principal. Pasa con otras palabras: digamos “violentos”, “democracia”, “responsabilidad”, “mentira”, “pueblo”, “la gente”, “nosotros”. Veremos que cada uno utiliza el término como le conviene, arrojándolo sobre un Otro.

De esta manera, lo normal, que en sí es un concepto que parte de la inocencia amoral de todo signo, se acaba cargando con la humanidad de lo simbólico, convirtiéndose en el baremo discapacitante (para el Otro) al que nos agarramos en caso de turbulencia identitaria. Así, ambivalentes como somos, si la pertenencia es una de las principales motivaciones en el ser humano, la no-pertenencia, el establecimiento del Otro-fuera-de-mí, será la obsesión del sujeto social.

No obstante, veremos que hay dos tipos principales de diferenciación: la que se refiere a la separación necesaria del Otro, (sin ella es imposible el proyecto de constitución de una identidad propia) y la que se basa en una relación de miedo a la diferencia (sin ella tendremos que asumir una parte de nosotros que es terriblemente molesta).

Y como hablamos de estigma y enfermedad mental, hablemos de la segunda función, la puramente estigmática: la del miedo. La evolución, además de smartphones, viajes low-cost, comidas precocinadas y Facebook, nos regala, sobre todo, miedo sin contrapartida. Es decir, de bien seguro que el miedo es constitutivo del ser humano, pero quizá en otros momentos sociales ha sido socorrido -sostenido- por las estructuras culturales de una manera más eficaz que en el momento actual. Quizá porque ahora se utiliza el miedo para vender, no para con-vencer (pasar de una lucha entre sujetos a una lucha por el objeto quizá nos ha dejado un extra de miedo inesperado).

Conforme la estructura social se vuelve menos sólida, el desmoronamiento de todo lo que soporta al sujeto se hace más patente. Se huele. Se puede tocar. El miedo nos cría y criamos con miedo. Compramos felicidad a causa del miedo, pero esa compra aún genera más terror. Es una lógica matemática con un claro perdedor. Esa parece ser la única invariable muestra de herencia. El espacio de seguridad se ha reducido, con lo que sólo parece que lo seguro es temer, el repliegue sobre sí mismo da la tranquilidad de antes del parto. La retirada que pareciera, en algunos casos, llevar a la implosión.

Así que, contra el miedo: el bálsamo del tigre. El bálsamo falso del estigma. Considerar la adquisición de una identidad, de una estructura segura donde moverme como sujeto, a partir de estigmatizar al Otro. Un mecanismo que responde a “yo sé lo que soy, porque no soy tú”. Y, como se comentaba al principio, eso no debería ser nada fuera de lo común (la formación de la propia identidad, de un yo autónomo, pasa por ahí) si no fuese porque se emplea para la humillación del Otro, su eliminación en el discurso, en el verbo y en la carne, el alejamiento de aquel que es diferente a mí, aquello a lo que le tengo tanto miedo.

Porque nunca debemos olvidar que aquello que se estigmatiza se reconoce como propio, nadie impone una marca de separación con aquello que le es completamente ajeno. Y aquí tenemos una de las razones del éxito global, universal, del estigma hacia la esquizofrenia y el resto de diagnósticos y síntomas: la enfermedad mental es demasiado propia a cada ser humano. No hay nadie que no reconozca en la enfermedad lo propio, la imagen de sí mismo que se niega a asumir. La parte de humano, demasiado humano, que nos molesta aceptar a todos.

De esta manera, son más que dudosos los resultados de la mayoría de campañas contra el estigma, tímidas y concretas, que no suelen salir del circuito, como lo son los de las campañas contra el tabaco, la violencia o los accidentes de tráfico. Como siempre, inciden en el hecho, no en la causa. Es decir, apuntan a detener el problema sin que sea entendido por ninguna de las partes afectadas. Así, se consigue un parche que quizá pueda calar en algún individuo, pero ni mucho menos se convierte en poso del que pueda germinar alguna estructura de pensamiento diferente. Cabe pensar, por tanto, que la mejor campaña sería la que comenzara a partir de los profesionales que trabajan en esto (cuestionar sus estigmas profesionales), las familias afectadas (cuestionar los estigmas referentes a la culpa) y las propias personas que han sido diagnosticadas (cuestionando el autoestigma).

Entender lo propio para que el Otro no tenga miedo de lo que a mí también me aterra. Y, por otro lado, entender qué función cumple el estigma en la sociedad “normalizada”, porque absolutamente todos poseemos referencias normalizadas y referencias enfermas con respecto a los funcionamientos y síntomas de los demás.

 

6 comentarios en “Sobre salud mental y estigma (III): los normales

  1. «Entender lo propio para que el Otro no tenga miedo de lo que a mí también me aterra. » Seguirte el paso es difícil debo reconocerlo. No sería posible leerte si perdemos de vista que cada argumento y propuesta específica que manifiestas está elaborada bajo una idea global y en particular siguiendo el curso de tu sentir, un sentir que avanza en dirección de un horizonte precioso pero inalcanzable: explorarse a sí mismo, encontrar las propias palabras, y así encontrarse uno a sí mismo. Lo digo porque si no hubiera leído este texto como quien lee el manifiesto que pronuncia el protagonista de una novela que uno lee con fruición, si no lo hubiera leído identificándome con el personaje, no hubiera entendido nada.

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    1. Quizá se trata de eso, como bien dices, tener instantes de alejamiento suficiente para que el personaje respire, para que la persona sea consciente de qué le define y poder entender algunos de sus lugares en el mundo y cómo los habita. Ni que decir tiene que se trata de una empresa difícil, que suele ser casi imposible de hacer sin ayuda, precisamente, de un otro. Lo interesante será ponerse en juego, siempre.
      Gracias por comentar, Sergio. Un abrazo.

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  2. Yendo al caso. Entender lo propio para que el Otro no tenga miedo de lo que a mí también me aterra». Debo suponer que enuncias ésto como propuesta teniendo en mente que como propuesta sólo tendría sentido si es posible consumar una cosa: entenderse a uno mismo o al menos entender los propios miedos cosa que no es posible de acontecer en paralelo a continuar sintiendo miedo por algo. Pero sí, sé a dónde apuntas. Y tu propuesta, si le añadimos la frase «entender lo propio hasta que sea posible que para seguir uno entendiéndose no sea necesario echar mano de la proyección maliciosa» tiene absoluta validez. Y supongo advirtiendo de algún modo ésto, luego de enunciar tu propuesta añades «Y, por otro lado, entender qué función cumple el estigma en la sociedad normalizada, porque absolutamente todos poseemos referencias normalizadas». Y aquí si creo que sería algo ingenuo que a diferencia de nosotros (que podemos crear sentido a partir de cualquier cosa y en cualquier circunstancia) la mayoría tienen una estructura neurótica, o lo que es lo mismo decir: la mayoría no eligirá repudiar su propia Norma (Ley, Nombre del Padre…) porque de algún modo sabe que más allá de ella por más que lo intente no le hallaría sentido a su propia existencia ni respuesta a quién es uno.

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  3. A menos claro que se uno se fie del Amor. Y amar es difícil para todos porque sólo se ama a quien no es, dando lo que no se tiene. En la mayoría de las situaciones la mayoría de las personas «eligirá» (en realidad, «elige») no arriesgar su cordura ni su autoestima por un poquito de autoconocimiento. Aunque para eso está el psicoanálisis, creo yo. Ya que en un análisis de lo que se trata es que el analizante halle su propio deseo. Y el miedo, como sabemos, se origina por temer a lo que deseamos o por temer perderlo.

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    1. El análisis no deja de ser un espacio donde -como bien dices- localizar, pero también donde sostener. Lo que sucede es que esa localización y sostén bien podrían darse en espacios mentales diferentes, sólo es necesario que sean reconocidos por la sociedad y la cultura y tengan un lugar, tal y como le ocurre al psicoanálisis.

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